Ángel Martínez, autodenominado “El Detective”, es un personaje que ha generado controversia constante en el debate público dominicano. Con base en Estados Unidos, ha construido una figura mediática desde la que lanza acusaciones muy fuertes y directas contra políticos, empresarios y otras figuras de alto perfil, presentándose como un ex agente de inteligencia.
Durante años, alegó que no podía regresar a República Dominicana por motivos de seguridad personal. Afirmaba ser blanco de amenazas provenientes de distintos sectores de poder. Sin embargo, esa versión se vino abajo cuando apareció públicamente, grabando su llegada al país como si fuera parte de un espectáculo, en un acto que pareció más una provocación calculada que una simple visita.
Según él, temía por su integridad física y aseguraba que figuras del poder político, empresarial y del bajo mundo buscaban silenciarlo. Pero esa versión quedó en entredicho cuando decidió entrar al país sin discreción alguna, grabando su llegada en un crucero como si se tratara de un episodio de su propio reality show, como todo un agente 007; agregando más sabor al sancocho, desafiando y amenazando las autoridades locales.
¿Dónde quedó el supuesto peligro? ¿Fue siempre una estrategia para construir una imagen de mártir o perseguido político? Su aparición pública en Puerto Plata y traslado a Santiago para enfrentar cargos judiciales fue más un espectáculo que un acto de valentía. Lo preocupante es que lo hace con un aire de desafío a la justicia, como si su figura estuviera blindada ante cualquier consecuencia.

Punto delicado
El punto más delicado de este caso es el daño potencial que ha causado a figuras públicas. Políticos, comunicadores, empresarios y hasta artistas han sido blanco de sus ataques. En muchos casos, evidentemente sin presentar pruebas. Su modelo consiste en lanzar acusaciones, instalar una narrativa, y luego negociar su retiro. Eso, para cualquier sistema judicial serio, no es libertad de expresión: es chantaje.
Lo inquietante es que este individuo ha construido una plataforma digital desde la oscuridad, que opera con la lógica de una máquina de difamación. Sus seguidores lo respaldan fervientemente, como si sus palabras fueran verdades absolutas; porque creían en sus palabras. El problema no es solo Ángel Martínez, sino el ecosistema que lo legitima: clics, monetización y algoritmos que premian el escándalo.
Martínez afirma haber formado parte de agencias como la DEA, CIA o FBI. Sin embargo, ninguna de estas entidades ha confirmado oficialmente esa relación; resulta insólito que ninguna de ellas haya salido públicamente a desmentir o validar su vínculo. De hecho, la DEA sí ha negado que alguna vez fuera parte de su equipo. ¿Cómo es posible que alguien que se presenta como exagente de inteligencia haga declaraciones tan graves sin enfrentar ningún control institucional?
Un show
Su discurso se vende como “patriótico” y de “denuncia”, pero su comportamiento sugiere otra cosa: un show de autoexposición, manipulación y, posiblemente, enriquecimiento personal. Su presencia constante en redes no tiene un propósito educativo ni investigativo, sino claramente provocador y comercial, de acuerdo con lo visto después de su arresto.
La justicia dominicana está en el centro de una prueba importante: demostrar que ninguna figura, por más ruido que haga en Youtube o redes sociales, está por encima de la ley. La libertad de expresión es un derecho, sí, pero no es una excusa para destruir reputaciones, manipular la opinión pública o chantajear por dinero.
Es tiempo de que los sistemas judiciales se actualicen para responder al crimen digital. Porque figuras como Martínez no son casos aislados; representan una nueva generación de extorsionadores que se escudan tras micrófonos y pantallas. Si no se actúa con firmeza, mañana surgirán otros con la misma fórmula o quizás hasta mejorada.
El país necesita reglas claras para proteger a los ciudadanos de la calumnia sistemática. Y necesita autoridades que no se dejen provocar ni amedrentar por una cámara encendida. Si las acusaciones contra Ángel Martínez son reales, debe responder con pruebas y que será una rumba bien grande, no con arrogancia.
Porque lo que está en juego aquí no es solo la reputación de unos cuantos. Es la credibilidad de las instituciones, la protección del debate público, y el mensaje que se envía a una sociedad que ya está saturada de farsantes con micrófono.
Otro peso que cargará sobre sus hombros “El Detective” será el impacto psicológico. Pasar de ser un personaje mediático dominante, que se proclamaba conocedor del periodismo, la inteligencia y la información, a enfrentar los rigores del sistema judicial dominicano no es poca cosa. Ángel Martínez se describía a sí mismo como un hombre “empatillao” y consciente de su edad, lo cual no juega a su favor en este nuevo escenario.
Le espera un camino largo y complejo, con múltiples sesiones judiciales donde deberá presentarse armado de pruebas. A menos que “El Detective” tenga preparada una jugada maestra —al estilo de quienes se creen genios estratégicos— cuesta entender cómo alguien que presume conocer tanto del juego se entregaría voluntariamente, como quien persigue al tigre hasta su propia madriguera.
jpm-am
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