La vida de remolino del sacerdote, político y orador dominicano
fue de hedonismo, felicidad particular y gozadera. No tenía en eso ninguna vinculación con lo que planteaban el sabio griego Epicuro y el gran filósofo y orador romano Séneca el Joven.
Fue un forofo del caudillo Pedro Santana, su padrino de ordenación sacerdotal en el 1854. Mantuvieron sus relaciones de mutua conveniencia hasta la muerte de este, a quien le rezó una letanía en sus momentos de agonía. Apoyó la proclamación de la Reina Isabel II como “soberana de la parte española de Santo Domingo”. (Boletín del Archivo General de la Nación números 76 y 77, enero-junio 1953. Ramón Lugo Lovatón).
Mientras Fernando Arturo de Meriño resistió todas las presiones de Santana y sus secuaces para que ungiera un crimen de lesa patria, Moreno del Christo utilizó un prestigioso altar de la ciudad de Santo Domingo para bendecir, el 18 de marzo de 1861, la Anexión a España. En esa ocasión pronunció un discurso grandilocuente, cargado de expresiones lisonjeras a ese nefasto hecho y al jefe de caporales arriba mencionado.
Meses después la Monarquía española lo premió como Comendador de la Orden de Isabel la Católica. Él sentía fascinación por las condecoraciones y las loas a su persona, y en ejercicio de su narcisismo se autoelogiaba con frecuencia. Disfrutó a su antojo de las mieles del poder con Santana, Báez y Heureaux. Ejerció de legislador y fue párroco de iglesias en El Seibo, La Vega, Higüey, Baní, Moca y Hato Mayor. En la catedral de Santo Domingo fue auxiliar del arzobispo, protagonizando en ese lugar hechos que dejaron huellas.

Como una verdad inocultable hay que decir que estuvo muy vinculado a Higüey, realizando intensas actividades religiosas, sociales y culturales. En el 1875 fue el creador de la primera biblioteca pública de esa ciudad del este dominicano. Fue por muchos años párroco del santuario de San Dionisio, considerado sin discusión el primer templo que en América se dedicó a la Virgen María, en su advocación de Altagracia.
Impulsó la restauración de esa vetusta iglesia que a su llegada estaba muy deteriorada, tal y como consta en cartas de felicitación (20 de agosto y 20 de octubre del año 1876) que le enviaron distinguidos munícipes higüeyanos; así como en notas parroquiales que se han conservado. Fue en ese templo que Gabriel Benito Moreno del Christo realizó como cura las bodas de los jóvenes María de la Cruz Herrera y Cesáreo Guillermo Bastardo, personaje hatomayorense que luego fue dos veces presidente de la República.
En carta (20-5-1876) al entonces presidente de la República Ulises F. Espaillat le indicó que en todos los enfrentamientos contra los invasores haitianos el “Batallón de Higüey ocupó siempre la vanguardia”. Una verdad irrefutable si se analizan los encuentros bélicos librados en tierra dominicana desde el 19 de marzo de 1844 en Azua hasta el 24 de enero de 1856 en Sabana Larga, Dajabón y Jácuba, Puerto Plata.
A través del tiempo se ha descrito de diferentes maneras a Gabriel Benito Moreno del Christo. El gran historiador Vetilio Alfau Durán lo calificó como “el eclesiástico más culto de su tiempo” (Periódico La Nación. Edición 12 de julio de 1940).El historiador Emilio Rodríguez Demorizi se refirió a él en los siguientes términos: “célebre sacerdote, sibarita consumado, que no hallando términos medios a sus ansias de goces corporales y espirituales, se impuso el pintoresco dilema de París o las pampas del Guabatico”. (CLÍO Nos.47-48, año 1941.P.122).
El intelectual y sacerdote Oscar Robles Toledano por su parte lo identificó con palabras de grueso contenido así: “pedante, vanidoso, pintoresco”. El ilustre humanista Pedro Henríquez Ureña dijo de él, en un comentario más amplio, lo siguiente: “Gabriel B. Moreno del Christo, orador fácil y vanidoso, para quien París fue escenario y ambiente.” (Ensayo Vida intelectual en Sto. Dgo., encartado en el libro Obra Dominicana, Editorial CENAPEC, 1988, Pp 393-402.PHU).
mundólogo
La educGabriel Benito Moreno del Christoadora y prosista Abigail Mejía, en su obra titulada Historia de la literatura dominicana, lo denominó “mundólogo”. El diplomático y escritor Max Henríquez Ureña, al referirse a esa figura sensual de nuestra tierra caribeña, que llegó por primera vez a Europa con 27 años de edad, menciona el desarraigo que por propia voluntad y placer invadió su espíritu en la capital de Francia: “…ya no concibe el disfrute de la vida más que en París”. (Panorama Histórico de la literatura dominicana. Editora Libro Dominicano, edición 2000.MHU).
Algunos han enjuiciado a Moreno del Christo dándole manotazos al colmenar, equiparando sus hechos con los fundamentos esenciales de lo que se denomina la iglesia católica institucional. Olvidaron que la misma terminó desaprobando muchos de sus comportamientos.
En 1858 el Papa Pío IX le otorgó a Moreno del Christo el título de honor de monseñor. Esa condición especial apenas duró tres años. Fue despojado de ella el 4 de junio de 1861, mediante carta remitida al país por el cardenal Alessandro Barnabó, el famoso prefecto de la entonces Congregación para la propaganda de la Fe.
Pesó mucho en esa decisión una misiva remitida a los entonces Estados Pontificios en marzo de 1860 por monseñor Fernando A. de Meriño, mediante la cual le informó al mencionado cardenal, entre otras cosas, lo siguiente: “Monseñor Moreno nos ha engañado…ahora ha hecho venir la mujer de Higüey…es una piedra de escándalo para los fieles y cuya mala fama cunde de día en día…” Es oportuno decir que quien así escribió a lo que luego fue el Vaticano fue símbolo él mismo de fertilidad masculina, como algunos caprinos en la mitológica Arcadia griega.
Moreno del Christo fue un hombre de muchas controversias, de no pocas contradicciones y que cuando le convenía encubría sus intenciones. Tuvo momentos de vacilaciones sobre lo que en realidad quería en determinado momento. Hay pruebas documentales abundantes con relación a eso.
Basta un ejemplo para ratificar lo anterior. En nota fechada el 10 de diciembre de 1887, desde la capital francesa, señaló que: “estaba de enhorabuena, como casi siempre en París…Sin embargo, un poder invisible, una fuerza misteriosa me hacía convertir los ojos allende el Atlántico…Hato Mayor es un oasis en aquellos desiertos. Allá quisiera yo vivir, cuando tenga que separarme de esta ciudad idolatrada, que ha sido para mí un verdadero paraíso…”
Muchas veces escondió el resultado de sus hechos usando palabras de conveniencias. En el 1902, tres años antes de morir, ya muy cansado por el trajín de su vida y físicamente disminuido, escribió que: “En el camino de las aspiraciones anduve siempre con firme paso y voluntad irreductible, y no abandonaba mis ilusiones hasta verlas cumplidamente realizadas”.
Al fallecer el 26 de octubre de 1905 fue enterrado en la emblemática iglesia de la capital dominicana Regina Angelorum, la misma donde ofició su primera misa, luego de haber sido ordenado sacerdote el 8 de mayo de 1854 por el arzobispo Tomás de Portes e Infante.
JPM
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