POR LUIS ALBERTO PELAEZ
Gobernar no es simplemente ocupar un puesto ni adornarse con la banda presidencial. Gobernar es un arte. Y como todo arte, requiere talento, disciplina, propósito y sensibilidad para entender a la gente, no para posar en campañas.
En la República Dominicana, hemos tenido de todo un poco: líderes con vocación y otros con obsesión de marketing. Pero lo que estamos viviendo hoy, bajo el mandato de Luis Abinader, se parece más a un experimento con la dignidad del pueblo que a un gobierno real.
El arte de gobernar se mide en obras, no en ruedas de prensa; en soluciones, no en excusas; en resultados concretos, no en promesas repetidas. Y si algo tuvo el Partido de la Liberación Dominicana (PLD), especialmente en la gestión de Danilo, fue una visión estructurada de país.
Se construyeron escuelas, hospitales, estancias infantiles, carreteras. Se integraron programas sociales, se desarrolló el turismo como nunca antes y se modernizó el Estado.
¿Perfecto? No. Pero había una dirección, un objetivo claro: sacar a la gente de la miseria y apostar al progreso.
Hoy, en cambio, nos gobierna la prisa. La improvisación. La superficialidad vestida de transparencia. Un gobierno que se ha convertido en una vitrina de relaciones públicas, donde todo parece ser más importante que lo esencial: la vida diaria de la gente.
Mientras se habla bonito en el Palacio, la inseguridad arrasa en los barrios, los hospitales carecen de lo básico, la canasta familiar es un golpe en el pecho, y el campo se va muriendo en silencio. Pero eso sí, siempre tienen una excusa a mano y un culpable del pasado a quien culpar.
¿Dónde están las grandes obras de este gobierno? ¿Qué legado está dejando más allá de préstamos y marketing? En cuatro años no se puede vivir del relanzamiento de planes ya existentes. El arte de gobernar no se improvisa, ni se aprende en una oficina de asesores extranjeros. Se ejerce escuchando al pueblo, transformando la realidad, y eso —aunque les duela a muchos— lo hacía mejor el PLD.
Porque el que sabe gobernar no necesita estar todos los días en televisión. El que gobierna de verdad deja que hablen las obras, no los hashtags.
Es hora de abrir los ojos. El arte de gobernar está en crisis. Y lo peor no es la falta de dirección, sino el desprecio al talento político criollo, a lo que se hizo bien. Mientras Luis Abinader juega a la reelección como si se tratara de un proyecto personal, el país está pidiendo a gritos que vuelvan los tiempos donde gobernar era sinónimo de trabajar, no de aparentar.
Que no nos vendan sueños. Que no nos insulten la memoria. Gobernar no es para cualquiera. Y se nota.
jpm-am
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